El fomento de industrias que se basan en patentamiento, transferencia tecnológica o de licencias, no pasa sólo por los recursos
Por Rodrigo Velasco Alessandri.
Imagínese un científico chileno que necesita financiar la invención de una nueva vacuna, pero debe basar su modelo de negocio en el licenciamiento de una patente farmacéutica, en un mercado que ha hecho gala de la incapacidad del Instituto de Salud Pública para fiscalizar las copias genéricas o la bioequivalencia. O un joven programador que crea una novedosa aplicación para smartphones, pero cuya perspectiva de negocio sucumbe ante la imposición de un modelo de licenciamiento gratuito o filantrópico, o la incapacidad práctica de objetar o detener las copias ilegales de su creación. Lo cierto es que en Chile se les han dado impensadas garantías a los grandes interesados en abolir la propiedad intelectual: ninguna autorización sanitaria, de comercialización, de telecomunicaciones, contenidos de medios o de cualquier tipo, puede operar sin que el titular de un derecho deba recurrir a tribunales y obtener una resolución antes de poder ejercerlo. No suena precisamente fácil y barato, ¿no? Aun así, la aplicación de multas o indemnizaciones por no pago de licencias en Chile sigue haciendo viable o incluso rentable infringirla en forma sistemática, en desmedro de quienes realmente emprendieron, crearon o innovaron. Este creciente valor económico de la propiedad intelectual ha revolucionado la agenda política de sectores influyentes de la economía tradicional. Una poderosa campaña de desprestigio se esfuerza por presentarla como sinónimo de herramienta monopólica imperialista, propia de economías extranjeras, de tratados internacionales impuestos por las potencias mundiales, pero por cierto descartable para Chile (así es como acá vemos desfilar desde compañías farmacéuticas o de telecomunicaciones de la mano de ONG que propugnan la desregulación de internet hasta hackers antisistémicos). Se presenta como una mala palabra, que huele a abuso, a millonarias demandas tipo Apple/Samsung, a operativos antipiratería, jóvenes esposados y encarcelados por bajar películas, a SOPA, Cuevana o Megaupload… pero nunca como la base del futuro para la innovación y el emprendimiento de chilenos. La idea es que la veamos como algo ajeno, propio de países innovadores, pero no como alternativa realista para Chile. Es favor para ellos porque “aquí se copia, no se innova”, digamos. La innovación hay que creérsela. No basta con fomentarla. Debemos darle herramientas para que se sustente por sí sola. Si no enseñamos y propiciamos modelos de desarrollo basados en la propiedad intelectual sobre nuestras propias creaciones e investigaciones, nuestros innovadores seguirán siendo como esos hijos que se niegan a dejar el hogar familiar (estatal, en este caso), o vuelven con su papá-Estado por más financiamiento, porque no tienen los medios para valerse por sí mismos en el mundo real.
*El autor es abogado Universidad de Chile y profesor de propiedad intelectual y nuevas tecnologías.
Esta columna fue publicada en Pulso el 27 de septiembre de 2012. Ver versión del diario.